La frase «Amarás al Señor tu Dios» se encuentra en el Antiguo Testamento de la Biblia, específicamente en el libro de Deuteronomio 6:5, también en Mateo 22:37, Marcos 12:30 y Lucas 10:27.
Deuteronomio 6:5
Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.
Deuteronomio 6:5
Mateo 22:37
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Mateo 22:37
Marcos 12:30
Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.
Marcos 12:30
Lucas 10:27
Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
Lucas 10:27
¿Por qué en la Biblia dice «Amaras al señor tu Dios»?
La exhortación a amar a Dios con todo nuestro ser, que encontramos tan elocuentemente descrita en las Escrituras, brota del corazón mismo de nuestra fe. Este mandato, resonante a través de Deuteronomio y reiterado por Jesús en los Evangelios, no es meramente una directriz; es el eco de una relación profunda, un llamado a entrelazar nuestras vidas con la del Creador en una comunión íntima y total.
Cuando las Escrituras nos instan a amar a Dios «con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas», nos están invitando a una entrega completa, donde cada latido de nuestro corazón, cada suspiro de nuestra alma y cada átomo de nuestra fuerza se dedique a la glorificación de quien nos ha dado la vida. Este mandamiento trasciende el mero cumplimiento de deberes religiosos; es una invitación a vivir en una constante y consciente presencia de lo divino, permitiendo que su amor y su voluntad moldeen cada aspecto de nuestra existencia.
Este amor total hacia Dios se refleja en una vida de servicio, de oración, de alabanza y de constante búsqueda de Su presencia. Es un amor que se traduce en la práctica, que se ve en nuestras acciones cotidianas, en la forma en que tratamos a los demás, y en nuestra incansable búsqueda de crecimiento espiritual. Es un amor que se alimenta de la comprensión de que cada momento de nuestra vida es un regalo divino, y que en cada circunstancia podemos encontrar una oportunidad para acercarnos más a Dios.
Jesús, al reafirmar este mandamiento, no solo lo confirma como la esencia de la ley, sino que también nos muestra el camino hacia una relación más profunda y auténtica con Dios. Amar a Dios con todo nuestro ser es reconocerlo como el centro de nuestra existencia, es aceptar su soberanía y su amor incondicional, y es vivir cada día en gratitud y entrega a ese amor que nos sostiene y nos guía.
Por tanto, este mandato de amor no es una carga, sino un privilegio; no es una obligación, sino una oportunidad. En el amor a Dios, encontramos nuestra verdadera identidad y propósito. Y en este amor, se funda la verdadera libertad: la libertad de ser quienes fuimos creados para ser, hijos e hijas amados por un Padre celestial, llamados a vivir en su luz y a reflejar esa luz en el mundo.